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UN TAL “JÓZEF TEODOR KONRAD KORZENIOWSKI”

person Publicado por: Truman Libreros list En: Blog-Truman En: comment Comentario: 0 favorite Golpear: 170

Uno de los significados de la palabra ironía es aquel que la define como “Situación o hecho inesperado, opuesto o muy diferente al que se esperaba y que parece una broma pesada”. En este sentido, resulta del todo irónico que uno de los máximos exponentes de la literatura inglesa moderna del siglo XX sea un tal Jósef Teodor Konrad Korzeniowski; ciudadano polaco que en una decisión inteligente y del todo marketera, cambió su nombre por Joseph Conrad.
Cuesta creer que un tipo que logró de forma tan cabal y atinada reflejar fielmente la esencia de “lo inglés” haya estado lejos de serlo. Ni siquiera habló la lengua inglesa en forma fluida hasta después de los veinte años, siempre con un marcado acento polaco.
Proveniente de una familia de la baja nobleza de Berdyczew, Polonia (hoy perteneciente a Ucrania), nació el 3 de diciembre de 1857. Su padre combinaba su actividad literaria como escritor y como traductor de Shakespeare y de Víctor Hugo, con el activismo político del nacionalismo polaco, el que era duramente reprimido por el régimen zarista que ocupaba dichos territorios; actividades que, evidentemente, le acarrearon una condena a trabajos forzados en Siberia (mala elección: nunca te opongas al régimen o terminarás trabajando allá). La madre de Josef -no podía ser de otra forma en aquel entonces- murió de tuberculosis durante los años de exilio, y cuatro años más tarde muere el padre, al que, naturalmente y justo antes de su muerte, se le había permitido volver a Cracovia. Por cierto, estos hechos, hoy tragicómicos, forjaron de sopetón al aspirante a escritor.
Al quedar huérfano a los doce años, Conrad tuvo que trasladarse a la casa de su tío y luego a Cracovia donde estudió la secundaria. Pero a los 17 años, hastiado de la vida estudiantil viajó hasta Italia y luego a Marsella para terminar enrolándose como marinero a bordo del buque Mont Blanc. Esta experiencia cambiaría su vida para siempre y para beneficio de la humanidad toda, ya que con ella nacería una pasión, que no abandonaría jamás, por la aventura, los viajes y la vida de ultramar.
Pasó un buen tiempo embarcado, ocupando su tiempo libre leyendo a Shakespeare; tal y como lo haría cualquier joven de hoy… que estuviera cursando un doctorado en Shakespeare. Seguramente fue este ejercicio lo que llevó a Conrad a dominar perfectamente la lengua inglesa.
Una vez que logró obtener la nacionalidad inglesa estuvo en condiciones de presentarse y aprobar los exámenes de aptitud para oficial de la marina mercante británica, tiempo después obtuvo el título de capitán, cargo que desempeñó en los barcos Torrens y Otago. Su experiencia como marino mercante lo situó, sin duda, en el medio de la colisión, lenta pero irremisible, entre el mundo de la navegación a vela y la modernidad de las embarcaciones de acero que comenzaban a invadir todos los rincones del océano. Este choque de mundos contrapuestos está presente en casi toda su obra y cobra un realce evidente en su relato El corazón de las tinieblas, mininovela que, como todos saben o deberían saber, inspiró la película Apocalypse Now.
Mi primera aproximación a Joseph Conrad fue a través de un pequeño libro de relatos cuyo cuento principal se llama Una avanzada del progreso: la historia transcurre en el centro de África, en un lugar perdido en lo profundo de la selva (en cierta forma un aperitivo de El corazón de las tinieblas). En este lugar, dos blancos y un negro, provenientes de la civilización, más diez negros de una tribu guerrera sufren por su ineptitud para construir cercas, talar árboles, cortar hierba y cualquier otra actividad productiva. Conrad retrata de manera perfecta la ironía de los supuestos “civilizados” incapaces de trabajar, explorar y apreciar no sólo la exuberante naturaleza, sino también las lenguas, las costumbres y los ritos de las tribus vecinas. Un párrafo que me llamó poderosamente la atención al leer el texto en su momento y que sigue teniendo mucho sentido es el siguiente: “Pocos hombres son conscientes de que sus vidas, la propia esencia de su carácter, sus capacidades y sus audacias, son tan sólo expresión de su confianza en la seguridad de su ambiente. El valor, la compostura, la confianza; las emociones y los principios; todos los pensamientos grandes y pequeños no son del individuo, sino de la multitud: de la multitud que cree ciegamente en la fuerza irresistible de sus instituciones y de su moral, en el poder de su policía y de su opinión”.
Esta declaración de principios que encontramos en uno de los primeros relatos de Conrad surca toda su obra, al igual que el propio título del relato. El hombre extirpado de su ambiente “civilizado” frente a un ambiente salvaje y hostil, en aras del progreso, es una idea constante en las obras del autor.
Sus obras más destacadas son El corazón de las tinieblas, Lord Jim, y Nostromo.
En El corazón de las tinieblas, publicada en 1902, Marlow (también narrador en Lord Jim y una especie de alter ego de Conrad), relata su encuentro con Kurtz (Marlon Brando en la película), un empleado del imperialismo que ha explotado y aterrorizado a una región cercana al río. Muchos lectores, han considerado esta novela, pese a su brevedad, como densa y difícil de sobrellevar hasta su término; y esto se debe a la particular forma que Conrad tiene de emplear el lenguaje. En palabras de Javier Marías, escritor español, "el inglés de Conrad se convierte en una lengua extraña, densa y transparente a la vez, impostada y fantasmal, (...) utilizando las palabras en la acepción que les es más tangencial y por consiguiente en su sentido más ambiguo". Aún cuando la novela se torna pesada por momentos, al terminarla queda la sensación de haber sido testigos de algo raro; algo extraño pero valioso que quedará guardado en nuestro baúl de rarezas. Las 100 páginas más densas de mi vida, pero aún están allí, dando vueltas.
En Lord Jim, narrada también por Marlow, el protagonista y antihéroe es un joven idealista que descubre el mar a bordo del Patna, un viejo vapor que transporta a ochocientos peregrinos hacia La Meca. Una noche, el barco se hunde y la tripulación, de la cual él forma parte, abandona el barco sin auxiliar a los peregrinos. Jim asume la vergüenza de no haber hecho nada por los pasajeros e inicia una verdadera odisea en la selva malaya, donde se gana finalmente el afecto de los nativos. Convertido en caudillo y defensor de su nuevo pueblo, logra redimirse e inicia una nueva vida dedicada al mar.
En Nostromo, Conrad vuelve al tema del progreso versus la naturaleza salvaje, reflejando fielmente el impacto de las explotaciones comerciales extranjeras en una joven nación en desarrollo, así como las dificultades que conlleva conciliar la identidad individual con el rol social. A partir de cinco personajes de reparto unidos por el aislamiento, el autor se adentra en el mundo de las revoluciones, los intereses materiales y emocionales, y construye, para muchos, su mejor novela.
Un excelente recorrido por las anécdotas y singularidades de la vida de Conrad es el que hace el escritor Javier Marías en su libro Vidas Escritas. A modo de ejemplo y para tranquilidad de todos aquellos iracundos sin remedio (entre los cuales me incluyo) que piensan que su manejo de la ira no tiene justificación, Marías cuenta que Joseph Conrad era tan irritable “que cuando se le caía la pluma al suelo, en vez de recogerla al instante y continuar, dedicaba varios minutos a tamborilear exasperado sobre la mesa a modo de lamento por el accidente”.
La vida de Joseph Conrad, uno de los más grandes escritores en lengua inglesa, está plagada de ironías. Para terminar, la última: murió de un ataque al corazón en 1924 y fue enterrado en el cementerio de Canterbury como un buen inglés, salvo que en su tumba figuran tres errores en la escritura de su nombre.

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