DIOS NO EXISTE

Durante mi época universitaria, en mis prolongados momentos de ocio y desasosiego, intenté, completamente en vano, demostrar la inexistencia de Dios, propósito que no emprendí movido por una verdadera convicción, sino más bien motivado por la certeza de enfrentarme a un desafío imposible, tanto por la dificultad intrínseca de la empresa, como por mi limitada capacidad intelectual. No hay que olvidar que el desafío imposible siempre otorga al que lo emprende la extraña sensación de estar dando todo de sí mismo. Nos torna inimputables ante el fracaso natural y obvio.
Demás está decir que no estuve ni cerca de elaborar una teoría más o menos coherente que probara la inexistencia de Dios, sin embargo he logrado recopilar numerosos casos e historias de vida en cuyos desenlaces se aprecia una crueldad al límite de la ridiculez que reconfortaría al mejor de los ateos.
Uno de los ejemplos más típicos de las “misteriosas maneras” en que actúa Dios lo vemos reflejado en John Kennedy Toole.
Imaginen un tipo que es hijo único (debería detenerme aquí; esto ya es suficientemente cruel), y no sólo eso, es el único hijo tardío de una madre ya madurita, controladora y aprehensiva. La mamá no lo deja jugar con otros niños o niñas. El pequeño John se transforma en un estudiante modelo obteniendo siempre excelentes notas; sin embargo está obligado a soportar a su madre desde siempre y para siempre. Evidentemente resulta ser un inadaptado fenomenal, aún cuando logra graduarse con honores en filología inglesa. Cuando intenta doctorarse en la misma especialidad lo llaman a filas como profesor de inglés para los reclutas latinos en Puerto Rico. Acepta de buena gana, seguramente para intentar escapar del yugo materno. Con tiempo libre, lejos de su madre y mantenido por el ejército, John Kennedy Toole comenzó a escribir “La Conjura de los necios”, novela protagonizada por el antihéroe Ignatuis J. Reilly, obra cumbre de la literatura norteamericana y la más importante de sus dos únicas novelas (el lector despierto intuirá en este punto que la historia huele a tragedia).
El autor, ya con medio libro escrito y convencido que estaba construyendo una obra maestra, renuncia a varias ofertas de trabajo como profesor universitario para optar, finalmente, por volver a la casa de su madre, Thelma, en Nueva Orleans, esperando encontrar allí el ambiente ideal de tranquilidad y sosiego necesarios para culminar su novela. ¡ERROR!
Poco a poco comienza a caer en el marasmo de la vida en casa de su madre. Aún cuando imparte clases de inglés en un colegio femenino, comienza a deslizarse suavemente hacia la depresión. La familia depende de sus ingresos y John empieza a compartir la afición materna por el alcohol. No obstante, e incluso transitando por esta senda autodestructiva, logra terminar La Conjura de los necios. ¿Y qué hace?, pues lo lógico: la envía esperanzado a la editorial Simon & Schuster, quienes muestran un entusiasmo inicial que luego se apaga rápidamente. Aducen que la novela “no trata de nada” tipo Seinfeld. A continuación, John envía el manuscrito a un montón de editoriales, obteniendo por respuesta una pila de rechazos. Comienza en este punto un proceso interminable de corrección del manuscrito, envío y rechazo, que termina por acabar con la lucidez de John. Llega un punto en que asegura “ver y oír a sus personajes” e incluso comienza a hablar y a comportarse como Ignatius.
Al poco tiempo lo despiden de su trabajo y cae en un agujero profundo del que no podrá salir jamás. En enero de 1969, tras discutir con su madre, sale de su casa, se sube al auto y después de conducir un buen tiempo por el país, se estaciona, conecta una manguera al tubo de escape y aspira los vapores tóxicos dentro del auto para dormirse y no volver a despertar. Lo encuentran en el mes de marzo, muerto, cuando aún no cumplía los 32 años. La nota de suicidio fue destruida por su madre. Fin.
El lector rebelde se negará a aceptar el cierre que le he impuesto y, convencido que esta historia carece de toda ironía, alegará mi incompetencia como narrador; y tiene razón, porque la historia realmente no ha terminado.
El pobre John ya descansa en paz, sin embargo su madre no está tranquila y quiere seguir inmiscuyéndose en la vida de su hijo. Encuentra el manuscrito de La Conjura de los necios y no hace nada mejor que acosar a cuanto editor y escritor se le cruza por delante, exigiendo la revisión del texto, hasta que el escritor Walker Percy accede a leerlo. La novela le fascina, la novela se publica, la novela gana el premio Pulitzer en 1981. John Keenedy Toole se revuelca en su tumba. Ahora sí. Fin.
En relación a Kennedy Toole y su obra maestra La Conjura de los necios -a los dieciséis años escribió otra novela, La Biblia de neón, que dejó guardada en un cajón-, la primera vez que la leí me interesaron, de todos los temas que toca, dos en especial: la inadaptación y el trabajo como forma de esclavitud. Ambos son evidentemente autobiográficos y personales para el autor, pero sin duda trascienden más allá del libro, llegando al propio lector. Que levante la mano el que NO se ha sentido un esclavo inadaptado del sistema. Nadie? Ok, seguimos.
El protagonista de esta novela es uno de los personajes más memorables de la literatura norteamericana: Ignatus J. Reilly, alter ego del autor, que a los treinta años aún vive con su estrafalaria madre, eternamente ocupado en escribir una extensa, caótica y demoledora denuncia contra el siglo XX, tan carente de teología y geometría como de decencia y buen gusto. Un alegato desquiciado contra una sociedad desquiciada. Sin embargo, debido a una inesperada necesidad de dinero, se ve “catapultado a la fiebre de la existencia contemporánea”, embarcándose en empleos y ocupaciones que el autor, ingeniosamente, utiliza como vehículos para la introducción de nuevos personajes, incluida la ciudad de Nueva Orleans como uno más de ellos. No resulta disparatado afirmar que la novela en realidad “no trata de nada”, pero a la vez trata de todo. La Conjura de los necios es de aquellos libros prácticamente imposibles de contar o relatar, como Tristam Shandy, de Sterne. ¿De qué trata?, ¿Cómo es la historia? Qué sé yo, léanlo.
Es un libro que nos supera en comprensión y contenido, repleto de episodios hilarantes y trágicos; patético reflejo de la vida, la estructura moral y las ambiciones frustradas de su autor. La narración en tercera persona se va intercalando con la transcripción de los manuscritos que Ignatius escribe en sus cuadernos “Gran Jefe” y con el intercambio epistolar “amor / odio” que el protagonista mantiene con Myrna Minkoff.
La Conjura de los necios nos habla de la hipocresía de las clases dominantes, pero también de la supervivencia de los marginales. Nos muestra al trabajo como lo opuesto a la realización personal, una forma de esclavitud moderna, una prisión. Entonces no es tan difícil imaginarse al triste John escribiendo y reescribiendo a Ignatus J. Reilly, un inadaptado colosal como él, ambos viéndose obligados a trabajar y a encajar, y ambos cerrando su historia subiéndose a un auto, escapando.
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