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CORMAC McCARTHY

person Publicado por: Truman Libreros list En: Blog-Truman En: comment Comentario: 0 favorite Golpear: 195

Todo lector, más o menos constante, lee siempre para entretenerse, imaginar y evadir la triste realidad; es ese el propósito último y fundamental de todo lo que está escrito: tomarnos en un lugar y llevarnos en andas hacia otro diverso. Sin embargo, a poco andar, el lector curioso podrá descubrir que ciertos escritores, unos pocos, tienen el talento necesario para provocarnos emociones y sensaciones que no habíamos experimentado antes, o mejor aún, que ni siquiera sabíamos que existían.
Durante mis incontables y prolongados períodos de evasión, me topé con un libro que me atrajo sencillamente por su nombre: “Hijo de Dios”. En ese momento no tenía ni la más remota idea de quién era Cormac McCarthy.
En la portada de una de sus ediciones, un cowboy contemporáneo mira el vacío con las manos entrelazadas, entre apatía irreversible y dolor incurable. El asunto es que me sumergí en el libro y rápidamente quedé atrapado por sus diálogos cortos y profundos a la vez, demoledores; por el paisaje sobrecogedor de un país que no se muestra en las películas; pero, sobre todo, por Lester Ballard, un tipo lujurioso y sexual como cualquiera de nosotros, eso hasta que Ballard viola un cadáver en las primeras páginas de la novela.
Necrofilia?. No, gracias, pensé.
No obstante, tuve que seguir leyendo y leyendo y no pude parar de leer. Mientras más repulsivo me parecía el personaje, más pena sentía por él.
Evidentemente se trata de un tipo que es incapaz de relacionarse con nadie, cuyas frustraciones aumentan y se incrementan a medida que se estrella de narices con un entorno que lo repudia y lo desorienta. Muchos podrán decir que su desorientación es un reflejo del vértigo que Estados Unidos evidencia hasta el día de hoy; y tendrán razón. Pero más allá de las interpretaciones “macro”, lo que realmente vale la pena es dejarse absorber por lo “micro”; por el deambular reprimido de este personaje sin igual que, para mí, anticipó de forma inmejorable el mundo violento y enorme que McCarthy estaba por entregarnos en sus novelas posteriores.
Cormac McCarthy es tal y como lo imaginamos, prácticamente un personaje de sus propias novelas: un tipo ermitaño y autoexiliado en los mismos paisajes que lo inspiran, casi demasiado intenso para ser real. Nacido en 1933 en Rhode Island y criado en Knoxville, Tennessee, las circunstancias de su biografía se hallan envueltas en la leyenda. Obviamente no concede entrevistas, fue un vagabundo en su juventud y vivió temporadas bajo una torre petrolífera.
Gran parte de su carrera como escritor fue editada por Random House, específicamente por Albert Erskine, editor de William Faulkner hasta la muerte de éste en 1962.
Su primera novela, publicada en 1965, fue “El guardián del vergel”. Ambientada en una localidad remota de Tennessee en el periodo de entreguerras, nos presenta la relación entre Marion Sylder, quien un buen día pierde su trabajo y comienza a ganarse la vida traficando cargamentos de whisky en su carreta, y John Wesley Rattner, un tipo joven al que le ha tocado duro: su padre ha desaparecido y le espera una sacrificada existencia por delante viviendo con su madre y vendiendo las pieles de los pocos animales que logra cazar para ganar algo de dinero. Y luego tenemos a Arthur Ownby, un viejo ermitaño (¿les suena?) que vive solo con su perro y que entiende muy poco de la civilización. El joven Rattner descubrirá en Sylder la figura paternal que nunca llegó a tener y seguirá los consejos del viejo Ownby para sobrevivir en el mundo hostil del que forman parte. De ahí en adelante, como en todas las novelas de McCarthy, las cosas se complican y se vuelven oscuras.
De acuerdo a lo poco que sabemos, McCarthy ha tenido una vida de sobresaltos; tres matrimonios son suficientes para provocar estragos en la vida de cualquier escritor. En 1975 publicó “Hijo de Dios” y en 1979 publica su novela “Sutree”, la que llevaba escribiendo –en forma interrumpida– durante veinte años. Sólo en 1985 logró publicar su quinta novela: “Meridiano de Sangre”. Un antes y un después en la literatura norteamericana.
“Meridiano de Sangre” se remonta a mediados del siglo XIX y se sitúa en la frontera entre México y Estados Unidos, territorio hostil y tierra de nadie, donde la ley del más fuerte gobierna los poblados aislados por montañas y desiertos –geografía más cercana al propio infierno que a un lugar terrenal–. Es en este escenario salvaje que un grupo paramilitar, liderado por John Joel Glanton, es contratado por autoridades mexicanas para exterminar a los pocos indios que todavía habitan los poblados en la frontera. Se inicia, así, una carnicería en la cual McCarthy explora el lado más violento del ser humano.
El grupo Glanton asesina, escalpa cráneos y toma pueblos enteros, alejándose de cualquier asomo de moralidad para situarse en lo más hondo y oscuro de la naturaleza humana. A poco andar, pasan de asesinar indios de la manera más brutal a exterminar a los mismos mexicanos que los habían contratado. Es en este desplome total de la moral y el alma humana que surge, entre el humo de los cuerpos incinerados, la figura del “Juez Holden” como líder espiritual de los bárbaros. Un personaje calvo, lampiño, albino e inmoral, o, más precisamente, creador de su propia moral, la cual le permite violar y asesinar a niños de ambos sexos sin remordimiento alguno. Su concepto del mundo, la vida y la muerte como elementos que son parte del caos total se ve constantemente reflejado en los discursos enrevesados que dirige al resto de los mercenarios: “Da igual lo que los hombres opinen de la guerra. La guerra sigue. Es como preguntar lo que opinan de la piedra. La guerra siempre ha estado ahí. Antes de que el hombre existiera, la guerra ya le esperaba. El oficio supremo a la espera de su supremo artífice. Así era entonces y así será siempre. Así y de ninguna otra forma”.
McCarthy recibió, finalmente, un amplio reconocimiento de público y crítica con la publicación de “Todos los hermosos caballos” (1992), obteniendo el National Book Award. Luego, le siguieron “En la frontera” y “Ciudades de la llanura”, tres libros que juntos componen la denominada “Trilogía de la frontera”. Las tres novelas componen un tríptico sobre el áspero territorio fronterizo entre Estados Unidos y México. A través de dos personajes desarraigados (John Grady y Billy Partham), asistimos a la evolución del sur de Estados Unidos desde su calidad de territorio salvaje, pasto de parias y cuatreros, hasta la irrupción descarada de la tecnología y el capitalismo.
Avanzando en la carrera literaria de McCarthy, encontramos “No es país para viejos” (2005) y “La Carretera” (2006). Dos tremendas novelas para tenerlas en el velador por siempre y, por qué no decirlo, dos buenas películas también.
La novela “No es país para viejos” transcurre en las tórridas arenas de la frontera tejano-mexicana (cómo no). En este escenario el veterano de Vietnam, Llewlyn Moss, se topa con una escena macabra: cadáveres acribillados, paquetes de heroína esparcidos por el lugar y dos millones de dólares. Acosado por un implacable asesino a sueldo (Anton Chigurh), su pesadilla transcurrirá en un territorio opresivo y turbador. Novela poblada de los mejores personajes secundarios de la historia, todos raros e inadaptados, plagados de secretos y resentimientos que arrastran pesadamente bajo el siempre implacable sol fronterizo. Ojo con el Sheriff Bell. Personaje sólido como el granito, tal vez alter ego del propio McCarthy, es un pez fuera del agua, un viejo que ya no tiene lugar en un mundo desfigurado, sin reglas.
“La Carretera”, ganadora del premio Pulitzer, tiene lugar en la inmensidad del territorio norteamericano, exhibiendo un paisaje literalmente quemado por lo que parece haber sido un reciente holocausto nuclear u otra catástrofe que de inmediato pasa a un segundo plano. Un padre trata de salvar a su hijo, emprendiendo juntos un viaje hacia la costa. Rodeados de una tierra baldía, yerma, amenazados por bandas de caníbales, cruzan la nación lentamente, empujando un carrito de supermercado en el que guardan sus escasas pertenencias. Recorren los lugares en los cuales transcurrió la infancia del padre, recordada a veces en forma de breves bocetos del paraíso perdido; un mundo ya lejano, que el hijo no tendrá la oportunidad de conocer. Así avanzan hacia el sur, hacia el mar, huyendo de un frío «capaz de romper las rocas».
En inglés, el título –“The Road”– cobra aún más sentido, ya que de alguna manera la vida de los protagonistas, la vida de cada ser humano, será siempre un camino; más o menos tortuoso, largo o corto, que es necesario recorrer en solitario.
Al igual que en la serie “The Walking Dead”, la causa del holocausto parece no importar demasiado; pueden ser zombies, bombas nucleares, un virus desconocido e incluso abejas asesinas. Lo relevante es el camino que la naturaleza humana se empeña en recorrer hacia la sobrevivencia.
Aún cuando en apariencia “La Carretera” puede interpretarse como una novela futurista, también podría perfectamente estar ambientada en los mil ochocientos o en los años setenta. En definitiva, expone los temas claves y recurrentes de McCarthy: el hombre frente al caos, el hombre frente al mal.
Estos son los tópicos que siempre aparecen en la obra de este escritor ermitaño y fundamentalista. Todo se resume a retratar de forma inigualable la línea nebulosa que existe entre la imparable y violenta fuerza de la naturaleza humana y la encarnación del mal en su forma más pura.
Suerte con estos libros. Antes, una advertencia a aquellos que aspiren a ser escritores. McCarthy es tan bueno que puede mantenerlos fuera de la literatura un largo tiempo: su lectura puede hacerles sentir incapaces de estar a la altura.

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